Jesús enseñó que nadie puede entrar en el Reino de Dios, a menos que se arrepienta: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7 :21-23; comparar con Mateo 19:16-17; 1 Juan 2:4).
Obedecer a Jesucristo es distinto de simplemente creer en él. Someterse a la voluntad de Dios requiere un cambio de pensamiento, significa llegar a confiar en Dios y arrepentirse (cambio de camino) voluntariamente del pecado.